26 mayo 2007

jerusalén en babilonia

Sólo el cáliz aislado y prisionero
le hace subir de nuevo a su montura
y recorrer la senda movediza.
De camino, pequeños altercados
lo desvían y alejan de su meta.
Teme que los ladrones le despojen
y da vueltas y vueltas sin sentido.
Intermitentemente, las mujeres
vienen a su memoria y, junto a ellas,
la ansiedad que erosiona el alma libre.
En las horas que duerme el entusiasmo
ve en las cosas la imagen de sí mismo:
se mira como un animal privado
de fin, como quien cae y como un ciego,
pero sigue, por más que desconozca
la razón que le mueve en este viaje
y no sepa nombrar la brisa pura
que sopla en la maraña de su alma.
Éstos son los estados del falsario,
el bosque de ahorcados que los ciñe,
la muralla de horror, y ésas, las torres,
la soberbia voraz y la ironía.
Está inerte: no da su capa a un pobre
ni se molesta en rebuscar monedas
por no tocar la mano que las pide.
Para tener un nombre niega el suyo
y le dejan pasar por la gran puerta.
Aunque nadie repara en él, se cree
que todos lo señalan y sonríen,
y, mientras la vergüenza se apodera
en su alma del gran hueco que abandona
la vanidad, olvida lo que busca.

(1986)

(Fragmentos de Europa, 1998, y Soy en mayo (Antología 1982-2006), Renacimiento, Sevilla, 2007)

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23 mayo 2007

los jacarandás

¡Los jacarandás de Túnez,
los jacarandás!
Dime el color
de los jacarandás.

Si fuese malva,
te lo diría,
pero no es malva;
es un color
sólo del alma
el color
de los jacarandás.

¡Los jacarandás de mayo,
los jacarandás!

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22 mayo 2007

weil y el lenguaje del amor

Para una fecunda reflexión: “El deseo de amar en un ser humano la belleza del mundo es, esencialmente, el deseo de la Encarnación. Por error, ese deseo cree ser otra cosa. Sólo la Encarnación puede satisfacerlo. Sin ninguna razón se les reprocha a los místicos el uso del lenguaje amoroso. Son ellos sus propietarios legítimos. Los demás sólo tienen derecho a tomarlo prestado.” (Simone Weil, Formas del amor implícito de Dios, 1942)

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21 mayo 2007

errata

Y no pequeña. Repaso mi nuevo libro y me encuentro con un verso, el cuarto de este poema, al que le falta una sílaba, un por y todo el sentido.





MI SÍ Y MI NO



Porque mi sí y mi no de ti dependen,
mi ser y mi no ser de que te muestres,
mi alma espía los gestos de la tuya,
impaciente por ver tu epifanía.





(de Entre el muro y el foso, 2007)

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12 mayo 2007

y las de mayo, mejor

Las mañanicas de abril
dulces eran de dormir,
y las de mayo, mejor,
si no despertara amor.

(en La ocasión perdida, de Lope de Vega)

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11 mayo 2007

la única rosa

La única rosa viva es esta rosa
que agoniza en mis manos. La ignorante,
la ausente como yo, la que no sufre.

El Cairo, noviembre 2001

(de Entre el muro y el foso, 2007)

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07 mayo 2007

viaje a los mundos de dios 5

Enrique García-Máiquez me preguntaba en un comentario a Viaje a los mundos de Dios 4 si Enrique Andrés Ruiz había tenido en cuenta la Carta a los artistas de Juan Pablo II a la hora de escribir su ensayo. No supe qué responderle y se lo pregunté al propio Enrique Andrés. Ésta es su respuesta:

Caro Giulio:

He vuelto a leer la Carta a los artistas de Juan Pablo II que tenía totalmente olvidada. No, evidentemente no la tuve en cuenta al escribir aquellos párrafos que tú has reproducido. No dejó en mí apenas huella; no dejan huella las cosas a las que uno sólo puede asentir. Por otra parte, no veo que lo dicho sea un anverso del que esa carta es el reverso. Es un escrito excelente que, sencillamente, nada tiene que ver con aquella sombría Omelia del Papa Montini. Juan Pablo II hizo allí una exhortación, no una solicitud implorante, reclinada, entregada, a unos artistas y a un arte que previamente había declarado su guerra a determinadas "verdades verticales del cristianismo”, como diría Guitton. Pero, de momento, es en aquel "lugar" que describe Pablo VI donde estamos. Ni la Iglesia ni los cristianismos de facilidad parecen querer darse cuenta de que el arte contemporáneo no es un mero estilo que haya sucedido a los otros estilos históricos, sino un producto de la revolución que, en su día y sobre la base de la autonomía soberbia de la voluntad romántica, fue lanzada precisamente contra la forma encarnada y contra el espíritu de la Escritura.

(Hace poco se ha celebrado en la Universidad de Navarra un ciclo sobre un horrendo pintor procedente del expresionismo abstracto, Congdom, cuyo mérito a ojos religiosos parece estar en haber servido de compañía como ilustrador de unos textos del gran Ratzinger en un libro; pero cuya coartada real es aquella condición suya de expresionista abstracto y de progreso. Producía estupefacción cómo buenos representantes del radikalismo artístico nuestro eran convocados por la inspiración religiosa en busca ¿de qué? ¿del abrazo rogado por el papa Pablo VI? Las consecuencias de esto son terribles.)

Wojitila, nada componentista, llamó a los artistas que quisieran buscar muro de apoyo en la Encarnación y en el Evangelio, pero... a sabiendas de lo que hacían y a sabiendas, sobre todo, de que en la casa en la que entraban podían interpretar ellos una música pero la letra ya estaba escrita. Y lo hizo allí donde Pablo VI parecía únicamente estar pidiendo un perdón acusador para la Iglesia. Por decirlo pronto, Pablo VI, en época de miedo cerval al comunismo, permitió una confusión trágica entre el Espíritu de la Historia (que él supuso ya del lado de la voluntad libérrima de los artistas contemporáneos) y el espíritu cristiano. Esta confusión, después del libro sobre Joaquín de Fiore, de Lubac, no es de recibo. Después de las consecuencias del hegelianismo, no es de recibo; después del "espíritu de nuestros tiempos", no es de recibo... Pablo VI llamó "espíritu" a lo que los mismos artistas llaman "espíritu", es decir, al revolucionario, al indómito, al liberado espíritu de infinitud del idealismo, mientras Juan Pablo II aclara y distingue en su Carta la naturaleza y perfiles del único espíritu que puede ser llamado tal por un artista cristiano.

Otra cosa es que queramos apropiárnoslo todo y no veamos en nada ninguna incompatibilidad. Pero ésa es la iglesia "mercurial", que no hurga nunca en la herida, en la tragedia, en la terrible exigencia del cristianismo, casi inalcanzable, para el que es muy difícil que los guapos sean además listos y además buenos cristianos y además artistas y además directores generales y padres de familia y presidentes de un club de un fútbol.

Un fuerte abrazo de Enrique

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04 mayo 2007

viaje a los mundos de dios 4

En los intensos párrafos que siguen, Enrique Andrés Ruiz continúa reflexionando, con lucidez y energía, sobre la relación de la Iglesia con el arte y los artistas contemporáneos.

La Iglesia que pide este perdón por creerse alejada del arte en que se refleja el espíritu de su tiempo, ¿no será la Iglesia que “no ama la soledad ni el desierto”, la que “se niega a ser extranjera en el mundo”, la que “tiene mucha prisa, tiene hambre y sed de cosas positivas y de alegrías nupciales”? ¿No es ésta la Iglesia “mercurial”, “popular” y “moderna”? ¿O se trata de la Iglesia que, hasta el cataclismo final, quiere acompañar al mundo sin abandonar la nave? (…) El arte —el Arte Contemporáneo— hace mucho que abandonó el terreno de la ambición espiritual, la “ineffabilità, la trascendenza, el mistero dello spirito”, aunque tampoco fueran ya, desde mucho antes, los revelados por el Espíritu de la Palabra. Éste era, se dijo, superstición, y aquéllos, sólo romanticismos, literaturas. No sabemos la amistad que estaría ahora dispuesta a ofrecer la Iglesia al duchampianismo institucional, asentado como está, al menos en su circunspecta teoría, sobre la inexistencia de la verdad y la mera eficacia del juego lingüístico desplegado en su ausencia; la amistad que pudiera dar la Iglesia a la taxidermia humana o animal como estilo de transgresión que los museos bendicen; al sexualismo de apariencia crítica y a la crítica política que se disuelve en apariencia al comprobar la realidad defendida y el precio de venta de la denuncia; al delito penal que ha encontrado en el Arte, por encima de las leyes, la eximente que todo disculpa...

En definitiva, no sabemos cuánta amistad debería ahora ofrecer la Iglesia a la presunción que todo artista contemporáneo alberga de conocer, no ya el origen luminoso de la belleza, sino la forma y causas del mal en el mundo, el juicio ético sobre él y en él acerca de la justicia, la paz y la guerra, el orden, el desorden, el crimen y el amor... ¿No son éstos los campos reclamados por las ideologías radicales, una vez transformadas en tendencias estéticas tras su relativo fracaso político? ¿No es este “titanismo de la subversión y la revolución” la filosofía espontánea de los artistas de quienes un bienintencionado Santo Padre dijo —aunque no se imaginaba la situación actual—, que la Iglesia se había alejado, pidiéndoles una nueva alianza? ¿O hablaba sólo —sería una rebaja de exigencia pensarlo así— a los cautos artistas del arte “religioso”, o a los “modernos pero no mucho” que pudieran adaptarse a la “lógica evolución de las formas de su tiempo”? Pero seguimos sin saber qué cantidad de amistad pudiera ofrecer ahora la Iglesia, ni qué cantidad de perdón artístico sería necesario para poner de su lado “l’ispirazione, la grazia, il carisma” de este arte de tan grande densidad espiritual.

El Papa, inaugurando así una casi tradición de perdonismo católico, entendió aquel día que era necesario excusarse por la “tradizione de sontuosità, grandezza, fastosità...”, y, hasta ahí, todo se entiende. Ése es el perdón que la Iglesia ruega por ser Iglesia, por no admitir del todo su tragedia, por “no querer morir” al mundo y al tiempo, por no querer aceptar su catástrofe y su fracaso como Ley, es decir, como última posibilidad humana, antes de que se abra la única puerta de la Gracia al “nuevo cielo y la nueva tierra”. Hasta ahí, se entendía el perdón. El problema es a quién o a quiénes pedía la Iglesia ese perdón. ¿Y no se lo estaba pidiendo el Papa Montini, en su Omelia, a quienes creyó que detentaban ya, de hecho, “il mondo dello spirito”? ¿No estaba aceptando así el Sumo Pontífice el estado de cosas al que había conducido “la sola visione intuitiva”, la subjetividad genial del espíritu emancipado, el titanismo del hombre nuevo salido de una revolución que, además de contra otros adversarios, se había hecho, muy eminentísimamente, y se sigue haciendo contra la Iglesia? ¿No lo estaba aceptando y no estaba suplicando su admisión en ese “estado”? ¿No estaba negando así que en la tragedia de la Iglesia, en su fracaso, en su derrota de cosa humana, ahí, precisamente ahí debe estar su esperanza? (Enrique Andrés Ruiz, Santa Lucía y los bueyes)

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03 mayo 2007

viaje a los mundos de dios 3

El 7 de mayo de 1964, día de la Ascensión del Señor, cien años después del Syllabus, el Papa Pablo VI celebra en la Sixtina la Misa de los Artistas. Les dice en su homilía que es necesario restablecer la amistad entre la Iglesia y ellos, los artistas. También les pide perdón por haberles sometido a un estilo, a una tradición y a un canon, por haberles echado encima una pesada capa de plomo.


El terreno común que la Iglesia pudo compartir con el arte se hizo cada vez más amplio al ensancharse la igualación relativa de las espiritualidades. El dominio de lo relativo es, de suyo, cosa del mundo mundanizado, del hombre hominizado y del tiempo temporal. Son también las tres patas del banco del Arte, que ha ganado así su mayúscula espiritualísima. Así que el Papa Pablo VI dijo a los artistas aquel día en la Sixtina que la Iglesia los necesitaba. Dijo que era necesario restablecer “l’amicizia tras la Chiesa e gli artisti” con el fin de que en este tiempo, en este mundo y para este hombre se hiciera, gracias a ellos, “accesibile e comprensibile il mondo dello spirito”. Pero ocurre que “mundo” y “espíritu” ya habían establecido, para ese día, su paz y hacía dos siglos que batallaban bajo iguales banderas. Batallaban, huelga decirlo, contra la Iglesia y su otro Espíritu de “esclavitud”, su otro Infinito, su otro Absoluto, su... Otro, en fin, hasta que todos ellos fueran superados como superstición, opresión y —según la mente emancipada— anticuada mentira.

La cosa es: ¿por qué creía Su Santidad que se había roto aquella amistad de siglos entre la Iglesia y los artistas? ¿Qué era lo que la había sostenido hasta entonces? ¿Y quién creía él que, ahora, la había roto? Es al pensarlo cuando nos vemos, en cualquier recuerdo reciente, entrando a una iglesia cualquiera donde han fraguado la soledad y el vacío o, peor, el confort mediano con el hierro y el hormigón. Nos vemos entonces ante unas figuras forjadas con ángulos erizados, en el vilo del aire, que quieren ser las formas nuevas, inspiradas por el nuevo tiempo en uno de estos templos sin figuras, sin rostros, sin letra ni espíritu encarnados en la forma. Precisamente, esa forma es la que decía Von Balthasar en su Gloria que está en el mundo a cargo de los cristianos. Los cristianos cargan con la responsabilidad de la forma porque no debiera haber para ellos espíritu sin carne ni carne sin espíritu. No puede extrañar que San Ireneo encontrara el denominador común de toda herejía en negar que la Palabra se hizo Carne un día. Y es muy importante saber que un cristiano o un artista cristiano —hombre en éxodo de sí— tampoco debiera albergar pretensión alguna de darse forma a sí mismo (como el espíritu liberado pretende hacer, plásticamente, con la naturaleza humana), sino abrigar la forma creada en la sede vacante de su corazón. Esa entrega consiste en poner su vacío —que es todo su espíritu— a disposición de esa forma y el esplendor de su hermosura. También en ponerlo a disposición de la Ley, desde la que únicamente él sabe que puede ganar, donado y gratuito, el regalo de la Gracia, inalcanzable sin embargo para la vía rápida de la religiosidad personal. Si hay mundo, hay arte y hay ley, hay carne y forma de carne. El arte de la revolución y la revolución del espíritu pretendieron el salto, por encima de estas dimensiones de la terrenalidad, al país de la Gracia. Un cristiano sabe que ese país sólo merece la pena si en él es salvada y redimida la ley de la carne y la forma.

Pero habíamos entrado, en el recuerdo, al nuevo templo cristiano. Aquí, en el refugio antiaéreo, en la capilla-salón de congresos, no hay forma encarnada sino las formas del arte fabricadas con “la sola visione intuitiva” del espíritu artístico libre, cuya amistad solicitaba el Santo Padre. Esa intuición libre es la prerrogativa del artista emancipado. Y ¿de qué se emancipó nuestro artista? Tuvo que ser de eso mismo en lo que Su Santidad veía la causa por la que “abbiamo turbato la nostra amicizia”. “Vi abbiamo —dijo el pontífice Montini— imposto come canone primo la imitazione”, y tras esa imposición —vino a decir luego— decretamos la de un estilo, y después la de una tradición, y la de un canon, hasta que —así terminó— “Vi abbiamo talvolta messo una cappa di piombo addosso, possiamo dirlo; perdonateci!” (Enrique Andrés Ruiz, Santa Lucía y los bueyes)

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01 mayo 2007

entra mayo

Entra mayo y sale abril,
¡tan garridico le vi venir!

Entra mayo con sus flores,
sale abril con sus amores;
y los dulces amadores
comienzan a bien servir.

(Cancionero musical de Palacio)

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