26 junio 2008

extraño

Los lenguajes especializados sentidos como una amenaza cuando desbordan sus límites y el hablante que no los domina tiene que vérselas con ellos. Es decir, cuando esos lenguajes ocupan los lugares que sólo tendrían que pertenecer a la lengua común, la asamblea, los tribunales, el corazón mismo de la polis; los lugares donde se dirimen precisamente las cosas comunes y donde también está en juego lo particular y más importante, la propia vida y la propia muerte. Sócrates declara que es extraño al lenguaje que se habla allí, en el tribunal que le juzga (Apología, 17d), y que, como si fuese un extranjero, hablará en la lengua de su país, que (paradójicamente) no es otra que la utilizada a diario en sus conversaciones con los ciudadanos de Atenas.

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18 junio 2008

los anillos de oro

Esos tres modios de anillos de oro arrancados por Aníbal a los patricios y caballeros que yacían muertos en el campo de batalla de Cannas: “anulos aureos corporibus occisorum detractos” (Livio, 23,12); “anulos aureos trium modiorum” (Valerio Máximo, 7,12,16). Esos tres modios que, presentados por Magón ante el senado de Cartago, daban a entender la magnitud de la carnicería, la enormidad de la victoria. Si la nobleza romana había sufrido tantas bajas, ¡cuál no sería el número de muertos entre las filas de los sin nombre! Ese oro que reaparece también en un verso de Silio Itálico (8,675), en Floro (1,22), en un fragmento de Dión Casio (92), en Eutropio (3,6), y cuyo trágico resplandor iluminará todavía el Infierno de Dante: “la lunga guerra / che de l’anella fé sì alta spoglie, / come Livio scrive, che non erra” (28, 10-12) y su Convivio: “E non puose Iddio le mani, quando per la guerra d'Annibale avendo perduti tanti cittadini che tre moggia d'anella in Africa erano portate...?” (4,5,19). Tantos y tantos textos y sólo una referencia piadosa a esos innumerables desconocidos. Se lee en San Agustín (De Civ. Dei, 3,19): “el resto del ejército, tanto más numeroso cuanto más pobre, que sin anillos yacía (sine anulis iacebat)”.

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12 junio 2008

nunca sabré decir

Fue la mañana más clara de todas, la más hermosa. Nunca había visto así, perfectamente dibujadas al fondo del golfo, las cumbres gemelas del monte Bukornin (literalmente, “el de los dos cuernos”), el mismo que veía Dido y el último que vio san Cipriano. No había esa niebla que oculta ni esa luz que no dice, sino otra luz, que nunca sabré decir cómo era. Fue un regalo por llegar antes de tiempo a una reunión de trabajo. Cinco minutos mirando la hermosura del mundo desde Cartago y cinco minutos hablando de la muralla púnica y de la ciudad romana con Santiago Miralles. Lo anoto aquí, porque, a veces, el alma desagradecida olvida estas cosas.

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06 junio 2008

nada

Una fecha. Por ejemplo, 1759. Reconstruirla, hasta donde sea posible, a través de lo que, en ese momento, hacían cincuenta, cien, doscientos hombres de biografía más o menos conocida, jóvenes o ancianos, y de todo lo que pasó justo entonces y de cómo eran las ciudades en que vivían y los caminos que transitaban. El título del libro sería ése precisamente: 1759. Pero la imaginación sola no hace las cosas. Una época. Estudiar los siglos cuarto y quinto de nuestra era. No escribir nada al respecto, sólo estudiar. Ver desde Homero a los Padres de la Iglesia el destino de algunas palabras. Seguirles el rastro. No escribir nada, sólo seguirles el rastro. Escribir un ensayo sobre Lorenzo el Magnífico. Leí tres o cuatro biografías, sus poemas y todo lo que cayó en mis manos sobre esa época. Luego, no escribí nada. Escribir un ensayo sobre el amor, otro sobre la libertad y otro sobre la guerra. Del primero, tengo algunas líneas. El segundo me llevó a muchas lecturas y relecturas serias, desde la Escuela de Salamanca hasta finales del veinte, pero no escribiré nada. El tercero me supera, quizá porque es el único en el que podría decir algo no absolutamente trivial. Tampoco escribiré nada. Ni sobre Aldana, porque también me supera.

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