viaje a los mundos de dios 4
En los intensos párrafos que siguen, Enrique Andrés Ruiz continúa reflexionando, con lucidez y energía, sobre la relación de la Iglesia con el arte y los artistas contemporáneos.
La Iglesia que pide este perdón por creerse alejada del arte en que se refleja el espíritu de su tiempo, ¿no será la Iglesia que “no ama la soledad ni el desierto”, la que “se niega a ser extranjera en el mundo”, la que “tiene mucha prisa, tiene hambre y sed de cosas positivas y de alegrías nupciales”? ¿No es ésta la Iglesia “mercurial”, “popular” y “moderna”? ¿O se trata de la Iglesia que, hasta el cataclismo final, quiere acompañar al mundo sin abandonar la nave? (…) El arte —el Arte Contemporáneo— hace mucho que abandonó el terreno de la ambición espiritual, la “ineffabilità, la trascendenza, el mistero dello spirito”, aunque tampoco fueran ya, desde mucho antes, los revelados por el Espíritu de la Palabra. Éste era, se dijo, superstición, y aquéllos, sólo romanticismos, literaturas. No sabemos la amistad que estaría ahora dispuesta a ofrecer la Iglesia al duchampianismo institucional, asentado como está, al menos en su circunspecta teoría, sobre la inexistencia de la verdad y la mera eficacia del juego lingüístico desplegado en su ausencia; la amistad que pudiera dar la Iglesia a la taxidermia humana o animal como estilo de transgresión que los museos bendicen; al sexualismo de apariencia crítica y a la crítica política que se disuelve en apariencia al comprobar la realidad defendida y el precio de venta de la denuncia; al delito penal que ha encontrado en el Arte, por encima de las leyes, la eximente que todo disculpa...
En definitiva, no sabemos cuánta amistad debería ahora ofrecer la Iglesia a la presunción que todo artista contemporáneo alberga de conocer, no ya el origen luminoso de la belleza, sino la forma y causas del mal en el mundo, el juicio ético sobre él y en él acerca de la justicia, la paz y la guerra, el orden, el desorden, el crimen y el amor... ¿No son éstos los campos reclamados por las ideologías radicales, una vez transformadas en tendencias estéticas tras su relativo fracaso político? ¿No es este “titanismo de la subversión y la revolución” la filosofía espontánea de los artistas de quienes un bienintencionado Santo Padre dijo —aunque no se imaginaba la situación actual—, que la Iglesia se había alejado, pidiéndoles una nueva alianza? ¿O hablaba sólo —sería una rebaja de exigencia pensarlo así— a los cautos artistas del arte “religioso”, o a los “modernos pero no mucho” que pudieran adaptarse a la “lógica evolución de las formas de su tiempo”? Pero seguimos sin saber qué cantidad de amistad pudiera ofrecer ahora la Iglesia, ni qué cantidad de perdón artístico sería necesario para poner de su lado “l’ispirazione, la grazia, il carisma” de este arte de tan grande densidad espiritual.
El Papa, inaugurando así una casi tradición de perdonismo católico, entendió aquel día que era necesario excusarse por la “tradizione de sontuosità, grandezza, fastosità...”, y, hasta ahí, todo se entiende. Ése es el perdón que la Iglesia ruega por ser Iglesia, por no admitir del todo su tragedia, por “no querer morir” al mundo y al tiempo, por no querer aceptar su catástrofe y su fracaso como Ley, es decir, como última posibilidad humana, antes de que se abra la única puerta de la Gracia al “nuevo cielo y la nueva tierra”. Hasta ahí, se entendía el perdón. El problema es a quién o a quiénes pedía la Iglesia ese perdón. ¿Y no se lo estaba pidiendo el Papa Montini, en su Omelia, a quienes creyó que detentaban ya, de hecho, “il mondo dello spirito”? ¿No estaba aceptando así el Sumo Pontífice el estado de cosas al que había conducido “la sola visione intuitiva”, la subjetividad genial del espíritu emancipado, el titanismo del hombre nuevo salido de una revolución que, además de contra otros adversarios, se había hecho, muy eminentísimamente, y se sigue haciendo contra la Iglesia? ¿No lo estaba aceptando y no estaba suplicando su admisión en ese “estado”? ¿No estaba negando así que en la tragedia de la Iglesia, en su fracaso, en su derrota de cosa humana, ahí, precisamente ahí debe estar su esperanza? (Enrique Andrés Ruiz, Santa Lucía y los bueyes)
Etiquetas: enrique andrés ruiz
4 Comments:
Todo esto, la Omelia y las reflexiones al hilo de EAR permiten leer al sesgo la Carta a los artistas de Juan Pablo II. ¿Sabes si EAR la tiene en cuenta en su ensayo?
"(...) en su derrota de cosa humana, ahí, precisamente ahí debe estar su esperanza?"
Qué diminuto hilo de luz tan luminoso.
Que me recuerda lo de San Pablo: "cuando soy más débil, entonces soy más fuerte".
Enrique, le he trasladado la cuestión al propio EAR. A ver qué me dice.
Publicar un comentario
<< Home