15 diciembre 2009

caja 42

Empieza con literatura hispanoamericana. Primera emoción, y fuerte: la Summa de Maqroll el Gaviero, de Álvaro Mutis, lleva esta dedicatoria (24-11-1997): “Julio, Dios te bendiga y te guarde a mi vera. Gracias.” Unas conferencias de Borges. Facundo, de Sarmiento. Alguna otra cosa de Ultramar y, de repente, los clásicos españoles, mis olvidados clásicos españoles. Durante un cuarto de siglo fueron para mí lectura recurrente, pero, si exceptuamos a Lope, Aldana y Quevedo, a los que siempre vuelvo, debo reconocer que en los últimos tiempos los tengo un poco abandonados. La edición de Trevor J. Dadson de La lira de las musas, de Gabriel Bocángel. Las empresas políticas, de Diego Saavedra Fajardo. Las poesías de Aldana. Las Soledades de Góngora. Empiezan a mezclarse las épocas. El Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, de Donoso Cortés (precisamente, acabo de releer algunas de las páginas que le dedica Herzen). Ensayos de Menéndez Pelayo. La edición de Martín de Riquer de Tirante el Blanco, que no terminé. La edición de Javier de Navascués del Discurso de mi vida, de Alonso de Contreras (recuerdo el interés de Jünger por esta obra). Las Cartas Filológicas, de Cascales. Comedias de Calderón. El Cancionero de Fray Íñigo de Mendoza. El Poema de Fernán González (¡cuánto me gustaba!). Toda la poesía de Boscán, con sus tercetos familiares (sólo los de las epístolas de Lope me han emocionado más). El Quijote de Avellaneda, que nunca leí. Las poesías de Iriarte. Cosas de Valle, que nunca me dijo gran cosa. Varios cuadernos con anotaciones mías. Libros de erudición filológica. Y, de nuevo, los clásicos. Las obras dramáticas en castellano de Gil Vicente (y me viene a la memoria su “Muy graciosa es la doncella, / ¡cómo es bella y hermosa! / Digas tú, el marinero, / que en las naves vivías, / si la nave o la vela o la estrella / es tan bella. // Digas tú, el caballero, / que las armas vestías, / si el caballo o las armas o la guerra / es tan bella…”). La Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos, de Francisco de Moncada. Teatro de Mira de Amescua. Obras de Cristóbal de Castillejo, un poeta extraordinario que escribió en una época en la que uno ya podía equivocarse de época. Hasta entonces, nadie se equivocaba de época, porque no existía eso de las épocas. De los nombres de Cristo, de Fray Luis. Las cantigas del Rey Sabio. El Romancero viejo y el Cancionero (a éstos también vuelvo siempre). Todos los poemas de Juan de Arguijo. El Libro de Apolonio. El Libro de Alexandre. El Laberinto de Fortuna, de Juan de Mena (¡qué entrañablemente raro!). El Examen de ingenios, de Huarte de San Juan. Más Góngora. Moratín. Antologías varias. Más cuadernos míos (la mayoría sólo tienen escritas dos o tres páginas). Un ajedrez magnético y, no sé por qué en esta caja, pero bien hallada, La Bible de Jérusalem.

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10 diciembre 2009

caja 10

Otra en la que viene todo mezclado: poesía de hace nada, teatro, ensayo, revistas, plaquettes y, sobre todo, muchas cosas de esas que se guardan no se sabe bien por qué (catálogos, programas, invitaciones, incluso correspondencia más o menos seria). Por fortuna, según avanzo, la caja va cobrando otro aire. Algunas piezas de Juan Mayorga. También de Juan Mayorga, Revolución conservadora y conservación revolucionaria. Política y memoria en Walter Benjamin. Luego, La poesía durante la transición y la generación de la democracia, de Juan José Lanz. Los moriscos de Villarrubia de los Ojos, de Trevor J. Dadson (los expulsaban y regresaban. Los volvían a expulsar y regresaban otra vez). Algo de María Zambrano. Algo de Carlos Marzal. Tontología, de Gerardo Diego. Los Machado y La materia de Andalucía, de Enrique Baltanás. Luego, Cervantes y su Quijote, uno de esos regalos inolvidables que Antonio Fontán nos envía por Navidad cada año. Y, al fondo de la caja, el deslumbrante oro de Juan José Fernández Cerero.

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