Poesía española de ahora. Sombras, de Abelardo Linares: “El amor y su radiante rosa hiriente”. De amor y de amargura, de Luis Alberto de Cuenca. Confidencias, de Eloy Sánchez Rosillo. Antologías varias. Aprendiendo a querer y La vida es lo secreto, de Carmelo Guillén Acosta. A una signora con un passato, de José María Álvarez. Oír la luz, de Eloy Sánchez Rosillo. Más y más libros de esos que no ocupan demasiado y más y más antologías. Si resistimos, de Alfredo Félix-Díaz: “Pongo todo a tus pies, Dios, aunque tarde. / Mi vida entera –he aprendido a odiarla-- / es tuya, arrástrala con tu grotesco / amor, con tu misterio, con la gracia / de la carne...”. Las sombras, de José Antonio Muñoz Rojas. Mitos, de Abelardo Linares. Con los vencejos, de Enrique Andrés Ruiz: “A qué quieres jugar, / a que yo te digo que lo veo / y tú lo ves, o al otro juego, / el de contar mentiras, los / corazones solos, / cada cual en su pozo. / Yo también, / así que abre los ojos, que / quiero ver lo que te quiero”. La niebla y Canciones, de José Mateos: “Lo que importa es esto, / lo que está más cerca, / las nubes errantes, / la hojita que tiembla, / el charco que dice / calando en la tierra: / ‘Nada queda atrás, / adentro se queda’ ”. La música extremada, de Miguel d’Ors. Por fuertes y fronteras, de Luis Alberto de Cuenca. Plaquettes. Cuadernitos mímimos. Cosas sobre poesía de ahora. Itinerario para náufragos, de Diego Jesús Jiménez: “‘Prefiero / la injusticia al desorden’, aseveraba Goethe, ignorando que el orden / no puede ser injusto”. Mitologías, de Ángel García López. El tiempo de la vida, de José Luis Martínez. Panorama, de Abelardo Linares. Roto Madrid, con poemas de Amalia Bautista y fotografías de José del Río Mons. Más valer, El reino y Cantar de los azules, de Enrique Andrés Ruiz. La imagen de su cara y 2001. Poesías escogidas, de Miguel d’Ors. Cosas mías; por ejemplo, Soy en mayo: ¿quién escribió esos poemas? ¿cuándo? ¿dónde? ¿por qué? ¿para qué? La línea española (¡qué maravilloso título!) y San Juan, de Enrique Andrés Ruiz. La poesía figurativa, de José Luis García Martín, y El héroe y sus máscaras, de Luis Alberto de Cuenca. En esta caja, se repiten y se repiten los nombres. La vida de la pintura, de Enrique Andrés Ruiz. Un ángulo me basta, de Juan Antonio González Iglesias: “Durante veinte años he tratado / con muy pocas personas. Desatento / a todo lo que no fuera solsticio / o equinoccio, / en la soberanía del invierno / y el verano / celebraba mis fiestas / esperándote. / Adonde me invitaban no acudí. / ¿El motivo? Uno solo: / me concentro mejor en un ciprés / que en las conversaciones. / Así he concluido / que cada árbol es un incontable / como el agua. / Así son cada vez más las personas / a las que quiero mucho y veo poco. / Un ángulo me basta, / un libro y un amigo, un sueño breve. / Tiempo para el amor es lo que pido. / En los actos sociales pienso en ti. / Casi siempre / entre el ruido de copas, de palabras, / llega cierto momento en el que pienso: / Necesito urgentemente ver a un limpio de corazón. / Hablar con él. Guardarme entre sus brazos. / Descansar mi cabeza / encima de la roja frecuencia de su vida. / Únicamente esto: / que en los actos sociales pienso en ti”. La vida en llamas, de Luis Alberto de Cuenca. Dos Mil Madrid Cincuenta y Cuatro, de Santiago Miralles. Imitación y experiencia, de Javier Gomá Lanzón. Entre levante y poniente, de Mohamed Doggui. El enemigo oculto, con poemas de Luis Alberto de Cuenca y fotografías de José del Río Mons.
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