nunca sabré decir
Fue la mañana más clara de todas, la más hermosa. Nunca había visto así, perfectamente dibujadas al fondo del golfo, las cumbres gemelas del monte Bukornin (literalmente, “el de los dos cuernos”), el mismo que veía Dido y el último que vio san Cipriano. No había esa niebla que oculta ni esa luz que no dice, sino otra luz, que nunca sabré decir cómo era. Fue un regalo por llegar antes de tiempo a una reunión de trabajo. Cinco minutos mirando la hermosura del mundo desde Cartago y cinco minutos hablando de la muralla púnica y de la ciudad romana con Santiago Miralles. Lo anoto aquí, porque, a veces, el alma desagradecida olvida estas cosas.
Etiquetas: cartago, dido, padres, san cipriano, santiago miralles, túnez
7 Comments:
¡Bravo! Cuando el blog es un bloc de notas, surge el proema sin casi darnos cuenta...
Cinco minutos se vuelven eternidad si son memoria. Haces bien en no fiarte del “alma desagradecida” anotando el rastro: a Pedro, sin ir más lejos, se le olvidó la “transfiguración” hasta tres veces poco tiempo después de que ocurriera. Falta de previsión, sin duda. Existen brevedades en la vida que deberíamos registrar obligatoriamente para evitar la culpa de su olvido.
Un abrazo.
He aquí cómo un paisaje físico se trastoca en uno moral, en un estado de ánimo. Me parece que no pocos poemas tuyos operan esa misma transformación.
Un abrazo
Me he imaginado allí.
Un abrazo
Tu entrada me sirve de tirón de orejas, tantas veces ingrata ante los regalos como el que describes. Aún recuerdo una noche en la hacienda de mi abueloLa luna llena parecía emerger del cráter del Cotopaxi, y la luz alumbraba también los Illinizas que lo miraban de frente. Y yo allí en un corredor lateral de la casa, tiritando, no sé si de frío o de emoción.
Cartago, Dido, Cipriano... ¡Cuánta evocación necesaria en estos días chiquilicuatreros! Gracias por el deleite de tus entradas.
Maravilloso. Como d'Ors en "Por un azul y un amarillo".
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