los anillos de oro
Esos tres modios de anillos de oro arrancados por Aníbal a los patricios y caballeros que yacían muertos en el campo de batalla de Cannas: “anulos aureos corporibus occisorum detractos” (Livio, 23,12); “anulos aureos trium modiorum” (Valerio Máximo, 7,12,16). Esos tres modios que, presentados por Magón ante el senado de Cartago, daban a entender la magnitud de la carnicería, la enormidad de la victoria. Si la nobleza romana había sufrido tantas bajas, ¡cuál no sería el número de muertos entre las filas de los sin nombre! Ese oro que reaparece también en un verso de Silio Itálico (8,675), en Floro (1,22), en un fragmento de Dión Casio (92), en Eutropio (3,6), y cuyo trágico resplandor iluminará todavía el Infierno de Dante: “la lunga guerra / che de l’anella fé sì alta spoglie, / come Livio scrive, che non erra” (28, 10-12) y su Convivio: “E non puose Iddio le mani, quando per la guerra d'Annibale avendo perduti tanti cittadini che tre moggia d'anella in Africa erano portate...?” (4,5,19). Tantos y tantos textos y sólo una referencia piadosa a esos innumerables desconocidos. Se lee en San Agustín (De Civ. Dei, 3,19): “el resto del ejército, tanto más numeroso cuanto más pobre, que sin anillos yacía (sine anulis iacebat)”.
Etiquetas: cartago, dante, guerra, infierno, literatura griega, literatura italiana, literatura latina, livio, padres, poesía italiana, roma, san agustín
4 Comments:
Y ese solitario anillo tartéssico hallado en Huelva. Y los anillos púnicos mezclados con los restos romanos, en Carmona. De dónde vendrían, quién los trajo.
Precioso texto. Emocionante de verdad. Y sospecho que Aníbal, tan decadente, ni hubiera soñado con esas palabras de San Agustín. Por su lado estaba en juego el honor y el orgullo propios. En el otro extremo, en el de los caídos, con anillo o sin anillo, defender la civilización frente a la nada.
Siempre ha sido así, ¿no? Detrás de un botín siempre hay un expolio, no de bienes, sino de vidas. ¿Quién labró esos anillos? ¿Quién los adquirió? ¿Con qué dolor, alegría, traición, entrega, entusiasmo, pudor, esperanza, amor o memoria se ciñeron? ¿De qué caricias fueron vecinos? ¿En qué consuelos o recriminatorias advertencias llegaron a exhibirse?... Sólo un corazón grande, como el del Obispo de Hipona, puede sentir piedad entonces. Sólo otro igual puede reparar en ese sentimiento.
Magnífica reflexión sobre el hecho y sobre el comentario de Agustín. En ese capítulo III, 19 de la CD, a pesar de estar metido en la crítica a la ciudad terrena, se advierte el alma profundamente romana del Obispo, su dolor por una matanza -vieja ya entonces de seiscientos años- que era más facil medirla que contarla: "Quo intellegerent tantam in illo proelio dignitatem cecidisse Romanam, ut facilius eam caperet mensura quam numerus". Y late también su admiración por los hombres que levantaron la Urbe. Lo mismo se advierte en tu entrada. Muchas gracias.
Publicar un comentario
<< Home