the long gray line
Hoy he vuelto a ver The long gray line (1955), estrenada en español bajo el título de Cuna de héroes (¡qué triste destino para una metáfora tan evocadora!). Me ha ocurrido lo que siempre me ocurre cuando veo una película de John Ford, que no quería que terminase. Justo lo contrario de lo que me pasa cuando veo cualquier otra película, incluso si, por azar, me gusta. No quería que terminase: quería permanecer más y más frente a esa larga línea gris del deber, el honor y la abnegación; quería seguir viendo a esos hombres y mujeres que, como todos los de Ford, son personas y no personajes; que hablan, ríen y lloran frente a una cámara que los respeta situándose a cierta distancia y a la altura de sus ojos; quería seguir viendo uno de esos raros milagros que nos ha ofrecido el arte del siglo veinte y justo de la mano de alguien que nunca consideró que lo que hacía fuese arte. Cuando me hacen esa pregunta tan tonta de si me gusta el cine, respondo: “Sí, me gusta John Ford”.