sin dios
Cuatro sonetos de Francisco de Figueroa (c. 1535-1588) terminan con este mismo terceto : “Más dura sois, señora, que un diamante / y muy más brava sois que una leona, / y más hermosa sois que brava y dura”. Insistir en esas características sirve para subrayar una realidad y hacernos ir más allá del tópico. Hermosa y dura debía ser la amada del poeta, hermosa y anonadante, porque, en otro soneto, y a partir del mote Yo sin vos, sin mí, sin Dios, cuya fortuna estudió R. Lapesa, Figueroa dibuja un cuadro desolador del influjo que ella ejerce sobre su alma. Hay poetas en los que la tradición es un pretexto para jugar a los enamorados; otros, como Figueroa, están realmente enamorados y son realmente poetas, y nos lo hacen saber (no me preguntéis cómo) aunque empleen palabras y situaciones mil veces utilizadas. Partiendo de ese mismo mote, Jorge Manrique dice estar “sin Dios, porqu’en vos adoro”, que es otra forma, sincera también y dramática, de declarar que, tratándose de amor, el alma se enfrenta a un peligro mortal.
Perdido ando, señora, entre la gente
sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida;
sin vos, porque no sois de mí servida,
sin mí, porque no estoy con vos presente;
sin ser, porque de vos estando ausente,
no hay cosa que del ser no me despida,
sin Dios, porque mi alma a Dios olvida
por contemplar en vos continuamente;
sin vida, porque ya que haya vivido,
cien mil veces mejor morir me fuera
que no un dolor tan grave y tan extraño.
¡Que preso yo por vos, por vos herido,
y muerto yo por vos desta manera,
estéis tan descuidada de mi daño!
sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida;
sin vos, porque no sois de mí servida,
sin mí, porque no estoy con vos presente;
sin ser, porque de vos estando ausente,
no hay cosa que del ser no me despida,
sin Dios, porque mi alma a Dios olvida
por contemplar en vos continuamente;
sin vida, porque ya que haya vivido,
cien mil veces mejor morir me fuera
que no un dolor tan grave y tan extraño.
¡Que preso yo por vos, por vos herido,
y muerto yo por vos desta manera,
estéis tan descuidada de mi daño!
(Francisco de Figueroa)
Etiquetas: el amor, figueroa, manrique, poesía española
29 Comments:
Precioso poema, que confieso desconocía. Pero, ¿por qué estos poetas no se declaraban a su amada abierta y llanamente, y sufrían tanto? ¿Sería casada, tal vez?
Me he acordado -por lo de "sin Dios"- del verso aquél de Bécquer:
Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol.
Hoy la he visto, la he visto y me ha mirado,
¡Hoy creo en Dios!
(No sé si la puntuación es la correcta, creo que había unos puntos suspensivos...).
En este caso, el poeta enamorado, exultante de gozo, confiesa su fe en Dios al ser mirado por la amada. A mí me gusta mucho, es un poema luminoso.
(De todas formas, una fe un poco "veleta" ésta -la de los poetas sufridores-, me parece a mí).
Yo siempre me he preguntado si esta gente que escribía así, que escribía estos sonetos de esta manera tan prodigiosa, hablaba también así en su vida diaria. Y ello justificaba la rima, el ritmo, la métrica y toda la parafernalia poética tradicionalista. Si es así, si escribían así porque hablaban así, yo me pregunto -quizá sea una estupidez pero yo me lo pregunto- hasta qué punto eso era poesía, y qué pensarían si leyeran los poemas en verso libre que hoy se escriben, y hasta qué punto tiene sentido hoy escribir sonetos, porque hay mucha gente que sigue empeñada en hacerlo.
"Enamorarse es crear una religión cuyo dios es falible" (JLB)
¿Leería Cervantes a Figueroa? Estoy convencido de que Don Alonso Quijano, sí.
Lámina, Cervantes lo leyó e incluso llegó a conocerlo en persona.
Muchas gracias, Don Julio. Ahora disfrutaré un rato imaginándome la historia de aquel primer encuentro. Quizás fueran soldados y...
La relación poema-poeta, amor-autenticidad, es, aparte de un atractivo tema de debate, una cuestión moral, como casi todo lo que tiene que ver con el hombre; pero el fariseísmo está en todas partes. Respecto a la divinización, es clara la dependencia de otra interesantísima relación entre el amor y el sometimiento: el enamorado se sabe sometido por “el objeto” que no controla, que puede más que él, que le arrastra el pensamiento, la vida y… la palabra. Una realidad así, sentida sobre el alma, es lo que solemos entender por Dios. No es extraño, entonces, que “se olvide” a Éste en beneficio de aquélla. De una bellísima manera, Julio, lo dice este soneto que hoy nos acercas.
Y hablando de sonetos, y de si era o no la lengua de tan alta estatura, amigo (si me permites el tratamiento) Alfredo Rodríguez, sólo diré que disiento. Pero no es ésta polémica que me concierna ni que deba, por tanto, argumentar.
Adoro la poesía del siglo XVI (y la música...) y te estoy muy agradecida...
Verónica, yo creo que el sufrimiento en Figueroa es real, aunque no tengo mayores pruebas. Creo también que, en Occidente al menos, la poesía ha modificado el ritual amoroso y ha proporcionado al amante una simbología que interfiere en la pura pasión. Seguramente, muchos de esos poetas se declaraban a su amada y, seguramente, si eran rechazados, encontraban en el sufrimiento una buena excusa para escribir. Es un hecho que la tristeza ha dado lugar a muchos más poemas que la alegría. En cuanto al motivo central de la entrada, yo no diría que la fe de Manrique o de Figueroa es un poco veleta. Porque tienen fe, constatan el peligro en que vive su alma, avasallada por la amada, que se ha convertido en objeto de adoración o de contemplación. Esto nos llevaría a preguntarnos sobre los límites del amor humano.
Un gran soneto de un poeta que no conocía. Gracias, Julio. ¿Se consiguen sus sonetos completos, o sóló dispersos en antologías?
Alfredo, puede que entonces se hablase con más propiedad que ahora, pero esto no pasa de ser una conjetura. Lo que sí es cierto (o, al menos, a mí me lo parece) es que la poesía del dieciséis, con su ritmo y su rima, con sus estructuras cerradas y sus metáforas, está más cerca del habla, de la lengua natural, que la prosa de ese mismo siglo. Hay menos artificio en la poesía de Fray Luis de León que en la prosa de Fray Luis de Granada, y te diría incluso que la poesía de Garcilaso, si exceptuamos algunas palabras que han caído en desuso, se encuentra más cerca del castellano correcto, sencillo, natural y sin pretensiones de hoy que muchísimas páginas de la prensa escrita y, desde luego, que casi toda la poesía que se escribe últimamente. En cuanto a los sonetos, puede que para algunos tenga sentido seguir escribiéndolos en abundancia. Respeto esa opción tanto como la de escribir sólo en verso libre. Para mí, una y otra tienen sus riesgos.
No sé si suscribiría la cita de Borges, Dal, pero viene muy al caso.
Antonio, yo diría que el riesgo de divinización aparece cuando no sabemos distinguir entre los efectos del amor y quien los causa; cuando amamos sólo esos efectos y, por esos efectos (que existen y tienen que existir), a la persona que los provoca. Si se ama por esos efectos (lo que parece inevitable), pero también por encima de ellos, es decir, desinteresadamente, la persona amada deja de interponerse entre nosotros y Dios, porque, a la vez, nosotros mismos hemos dejado de interponernos, de vivir sólo por y para esos efectos.
Si Dios quiere, habrá más dieciséis, Rocío.
Alfredo, en Cátedra, por ejemplo, puedes encontrar todos sus poemas (sonetos, canciones, epístolas, etc), también los de atribución dudosa (Francisco de Figueroa, Poesía, ed. de Mercedes López Suárez, Cátedra, Madrid, 1989).
Gracias, por la bibliografia. Al parecer ya somos tres Alfredos en tu blog. Qué curioso. Un abrazo.
Con cierto pudor por repetirme tanto, gracias otra vez por dar voz a poetas de XVI. Gracias.
Gracias Julio por tomarte la molestia de respondernos uno por uno. Esa caballerosidad también está hoy día más que en desuso.
Tu respuesta a Antonio Azuaga me parece de lo más sugerente. Qué bellísima manera, Julio, de describir la gratuidad del amor. Ese amor es el que más se parece al Amor de Dios, y el que más nos hace parecernos a El. Pues amar, en estado químicamente puro, sólo lo puede Dios. Lo nuestro son sucedáneos...
El otro día, mi hijo de seis años me preguntó: "Mamá, ¿a quién quieres más: a mí o a Dios?" Me quedé perpleja. Sólo pude balbucir una respuesta: Porque quiero a Dios, te quiero a tí. El me da el amor para quererte a ti. Y tú sabes como te quiere tu madre...
No sé si la respuesta es teológicamente muy correcta, pero el caso es que el niño lo comprendió perfectamente. Y es que me parece a mí que el amor de una madre es lo más cercano en este mundo al Amor de Dios.
Un abrazo, y gracias de nuevo.
Gracias, Julio, por la respuesta: sabes que estoy de acuerdo. Sólo reflexionaba sobre las causas que quizá expliquen ese rapto del alma que sufre el enamorado. Aunque, en realidad, más que de amor, en tales casos, de lo que habría que hablar es de “enamoramiento”; puede que se parezcan, pero son notablemente diferentes; para Ortega, por ejemplo, un “estado de miseria mental”.
Coincido con Verónica en lo de tu caballerosidad, tu "savoir faire", Julio, al ir contestando uno por uno a todo el mundo. Es tan difícil -casi imposible a veces- contactar con un poeta de verdad, con un artista. La mayoría de las veces uno se encuentra con el silencio y la indiferencia. Es un placer inmenso participar en tu blog, aunque no soy un intelectual ni mucho menos, sí presumo de ser capaz de emocionarme con tu poesía, algo que también creo que es un valor hoy en día en desuso: el ser capaz de emocionarse.
Y sí, toda una casualidad lo de los Alfredos: será que lo bueno abunda...
Para entrar en la poesía la condición sine qua non es estar enamorado. ¿De quién, de qué? Como mínimo de la poesía. La poesía es un acto de fe y de entusiasmo, como la Amada. Gracias, Julio, por este soneto tan hermoso que desconocía. Me hace recordar ese verso de Gerardo Diego en sus Sonetos a Violante: "Yo no sé hacer sonetos más que amando".
Sí, resulta curioso, Alfredo (afd). Gracias a ti y otro abrazo.
César, como siempre, soy yo quien te está agradecido. Habrá más dieciséis este verano, como le anticipaba a Rocío, y más cosas, si la estación se muestra propicia.
Puede que no se trate sólo de caballerosidad, Verónica. Cuando respondo a vuestros comentarios, me obligo a considerar perspectivas que no había tenido en cuenta, y eso, al menos para mí, resulta enriquecedor. En cuanto a la pregunta de tu hijo (¡qué difícil nos lo ponen a veces!) y tu respuesta, creo que le querrías lo mismo aunque no quisieras a Dios o no creyeras en Él. La diferencia es que tú ves, sabes y sientes de dónde viene ese Amor. Un abrazo.
Antonio, creo que Ortega juzga con demasiada dureza el enamoramiento. No es un estado de miseria mental. Quizá alguna zona intelectiva queda en suspenso, pero otras se vuelven más perspicaces y agudas.
Alfredo R., yo presumo de lo mismo, de seguir emocionándome, y de que en mí predomine la pasión por encima de todo. Quizá esté presumiendo de un defecto, pero qué le voy a hacer.
Gracias a ti, Juan Manuel, por recordar aquí a Gerardo Diego, tan injustamente olvidado. Estoy muy de acuerdo contigo: sin esa fe y ese entusiasmo, no se nos abrirían ni mínimamente las puertas de la poesía.
Yo tampoco suscribo la cita de JLB, Julio, precisamente por las razones que se plantea Verónica. Hay que amar a Dios sobre todas las "cosas" (mujer o hijos), precisamente porque eso pone todas las cosas en su sitio. Si la amada está por encima de Dios (como en la frase de JLB, que yo creo que no se la creía, porque nunca fue enamoradizo), entonces lo que se produce es idolatría de la amada, que ocupa el lugar de Dios. Y como eso no puede ser, defrauda; sube y baja como la efervescencia, pero nada más. En cambio, porque se ama a Dios sobre todas las cosas, se ama más a los demás, porque el amor se desborda y nos trasciende. Se les ama en Cristo, con un Amor con mayúscula.
Dal, hay mandamientos que la gran mayoría de los hombres cumplen durante toda su vida (p.e., el quinto y el séptimo). Cuando no cumplimos otros, somos muy conscientes de la transgresión (p.e., el tercero y el noveno). ¿Te has fijado que el incumplimiento del primero, que no en vano ocupa ese lugar, tiende a pasar inadvertido en determinados momentos de nuestra vida? Esto, sin duda, dice muy poco de nosotros, pero mucho de la fuerza del amor.
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