ventana
¿Qué veo a través de ella? Por la tarde y a lo lejos, una palmera agonizante; de noche, una farola mortecina. En el mejor de los casos: por la tarde y de cerca, un mirlo de rama en rama; de noche, una farola que no se ve.
Etiquetas: túnez
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14 Comments:
¿Y desde el otro lado de la ventana? ¿Qué ven el mirlo, la farola mortecina, la palmera? ¿Qué verían los que miraran esa, y no otra, ventana?
Saludos.
Me recuerda a Pessoa.
Muy hermoso.
Con las luces encendidas, fpc, el mirlo, la farola y la palmera verían que los miro y, en el mejor de los casos, cómo preparo un café. Con las luces apagadas, nada. ¿Si se tratase de personas? Nada, porque no pueden ver esa ventana. Tendrían que ser mirlos, palmeras o farolas.
Me ha venido Leibniz a la memoria: “Las ‘mónadas’ no tienen ventanas”. ¿Y para qué habrían de tenerlas siendo cada una espejo del orden universal? En el “castillo interior” está todo. De eso sabe bastante tu poesía. La palmera, el mirlo, la farola… son una sombra circunstancial (y ahora me han venido de la mano Platón y Sócrates... ¡Qué pesado soy!)
¿Y qué pasó con aquellas rosas de las que nos hablabas?
Y la farola que no se ve, ¿es que ya se fundió, o es que te refieres a otra clase de farola?
Qué bonito el mirlo de rama en rama, cómo lo anima todo.
Cuando empecé a leer la entrada, pensé que la palmera se convertía en farola por la noche... estaría bien: alta y llena de luz.
Cuando los elementos colaboran, Francisco, una ventana es lo más parecido a un cuadro.
Son sombras circunstanciales, Antonio, pero, a poco que nos gane la extrañeza, acaban teniendo no sé qué de esencial.
Crista, las rosas se ven desde otras ventanas y sólo si se quieren ver. Sin embargo, la palmera y la farola no se pueden evitar. Tampoco las ramitas con los mirlos, cuando a los mirlos les da por venir.
La palmera es altísima, Rocío, y tiene una especie de cabellera que siempre agita el viento, incluso los días que no hay viento.
Sigo encandilado con Roma III (sííí, soy pesao con las cosas que me entusiasman, sí). Y ardo en deseos de tu recital con d'Ors.
Yo también sigo en Roma III, Jesús.
Le leí Roma III a mi mujer, y quedó conmovida de que todavía existan menores de edad (17) no tanto con la habilidad poética (que la notó, obviamente) sino con la profundidad de reflexión y sentimiento de María.
Muchas gracias, Alfredo.
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