torres en julio
Tarde de verano en Madrid. De repente, las torres, las inesperadas torres. Sólo son torres si son inesperadas, si aparecen de repente, sin que las busque. Y sólo son torres si las veo a lo lejos. No hay una imagen de la torre perfecta, sólo el deseo de que aparezca, de que esté en algún sitio, de encontrarla alguna vez, repentina y a lo lejos. Para quienes las construyen y viven en ellas, las torres son la minuciosa perspectiva y la última defensa, los sentidos activos y la ciega coraza, el mundo dominado y el vértigo vencido. A muchos les resultan indiferentes. Otros las asedian. Para mí son el vértigo invertido y el asombro, la renuncia al vértigo y la derrota.
15 Comments:
Mi pueblo acá se llena de torres, ¡y nadie parece notarlo!
Cuando son muchas, Juan Ignacio, pierden su efecto. La torre única y aislada... Ésa es la del asombro.
Estoy de acuerdo, muchas torres corren el riesgo de parecerse a Manhattan. Por cierto, qué gran poema "La torre en el yermo". Fueron los primeros versos tuyos que leí, hace mucho, vía Luis Alberto de Cuenca. Esa torre no deja de deslumbrar.
Con razón nadie parece ya notarlo...
Ojo a la disemia del título de esta entrada.
Ha valido la pena esperar...
Ésa fue mi primera torre, Juan Manuel. Luego, y sin darme cuenta, vinieron otras muchas.
Jesús, puse "en" (y no "de") en el título para evitarla, pero no había escapatoria.
Gracias, Rocío.
Comprendo la belleza y la fuerza de las torres medievales, y su altura que permite observar el horizonte y que defiende; también la belleza de las torres de las iglesias, que se elevan para dar gloria a Dios, señalar el lugar sagrado y alojar a las campanas. No entiendo, sin embargo, la belleza de las torres sin porqué, me parecen agresivas y pretenciosas, torres que no están hechas para ver ni para defender, sino para ser vistas y provocar, torres que no son homenaje a nada más que a sí mismas.
Que nuestras ciudades se llenen de torres como colmenas porque el suelo es escaso y en algún sitio tenemos que meternos, pues qué le vamos a hacer, pero que se construyan porque sí, como es el caso de las 4 torres de Madrid, no lo entiendo, no soy capaz de ver por ninguna parte la belleza de los 250 metros de la torre de Repsol, ni el vértigo invertido -aunque la imagen y la expresión reconozco que son fantásticas-. Sólo veo el vértigo de la prepotencia.
Qué suerte los poetas, que veis lo que el común de los mortales no vemos.
No se trata de belleza, Cristina. Tampoco de altura. Hay torres muy hermosas y muy altas (p.e., el Campanile de Giotto) que, para mí, no son ni vértigo invertido ni asombro. Es el dónde, el cuándo y el cómo de la aparición de una torre lo que determina su efecto en mí. Las cuatro torres que dices, vistas desde varios puntos del norte, tienen algo de Bolonia y San Geminiano. Lo de menos, en este caso, es el fin para el que han sido construidas. No tienen ninguna culpa. Eso sí, son terribles en su inocencia; asombrosamente terribles... Y todos somos del común de los mortales. Yo, del común y, además, con mucho vértigo.
«Que esta torre desnuda / sea ruina sin techo donde el buho / anide en las destruidas colañas y grite / su desolación al cielo desolado»
Encontré estos versos del viejo Yeats como cita introductoria de un poema en un libro que mucho amo (y que tú a buen seguro conoces). Creo que también valdrían para ilustrar esta magnífica entrada del 2 de agosto, que es casi un poema, maravilloso y emocionante como todo lo tuyo.
Lo dicho: Julio en agosto. Ya tengo en mi mano la antología, será mi pequeño oasis en el sprint final del trabajo de investigación. Hace falta una inyección de espíritu épico para estas batallas. ¡Gracias!
Gracias, Alfredo, por tu comentario y por esos versos de Yeats, que sabía mucho de torres.
¡Seguro que te sobra espíritu combativo para ese sprint final, Anacó! Gracias por tus palabras y gracias por mayo y julio en agosto.
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