caja 35
A primera vista, en ésta los géneros vienen muy mezclados. Libros sobre cartografía. Un diccionario de términos artísticos. El grabado en la ilustración del libro, de Francisco Esteve Botey. Un libro titulado Toscana, con los rascacielos de San Gimignano en la cubierta. Cuando esas torres aparecen entre las colinas sabes al instante que no podrás olvidarlas. Introducción a la estética, de E.F. Carrit: otra lectura del 74. No recuerdo muy bien la orientación del libro, pero sí que cita muchos fragmentos de poetas ingleses del XVIII y del XIX que yo no conocía por entonces. Men in dark times, de Hannah Arendt, que, evidentemente, ha ido a parar a una caja equivocada, porque en ésta todo parece pertenecer a un tiempo más luminoso. Aprovecho para leer el ensayo que dedica a Walter Benjamin. Más libros sobre el grabado. Un tratado de iconografía. Una Historia del Arte en España. Viaje a Italia, de Goethe. Estudios sobre iconología, de Erwin Panofsky. Un libro de imágenes sobre la Anunciación. Una guía de Sabbioneta. El ensayo de Titus Burckhardt sobre Chartres y el nacimiento de la catedral. Una guía de L’Ermitage. En ella, entre otros, El regreso del hijo pródigo, de Rembrandt; La Virgen niña, de Zurbarán; El nacimiento de san Juan Bautista, de Tintoretto; La Judit de Giorgione; la Madonna Benois, de Leonardo (la Virgen es una niña de sonrisa maravillosa, que mira a su bebé, ¡tan serio! ¿Por qué en casi todas las madonne con niño ellas son tan hermosas y ellos tan poco niños, tan imperfectos incluso? ¿Sólo porque es más difícil pintar un niño que un adulto? ¿O porque sólo se tienen ojos para ella? Realmente, lo primero en lo que nos fijamos es en la Virgen, dejando para después al Verbo encarnado. ¿Por un reconocimiento de la imposibilidad de imaginar el Verbo encarnado? Sabemos con certeza absoluta que la representada allí es la Virgen, pero no estamos seguros de que el niño sea el Hijo); la Madonna Litta, también de Leonardo; la Madonna de la Anunciación, de Simone Martini (se dice que con el rostro de Laura, la amada de Petrarca, pero no deja de ser María); San Lucas pintando a la Virgen, de Van der Weyden; las maravillas de Friedrich; Napoleón en el puente de Arcole, de Antoine-Jean Gros. ¿Es necesario, además de todo lo que explica Clausewitz, que el general sea así, un héroe hermoso al que uno se sienta obligado a seguir? El azul de un puerto de Lorena. Luego, dos libros sobre Durero. Otro sobre Piero della Francesca. Otro sobre Hogarth. La edición de Filóstrato de LAC y Miguel Ángel Elvira. Un libro sobre Giotto. Otro sobre Giorgione. Catálogos de exposiciones y guías diversas. Libros de fotografía. Libros sobre estilos arquitectónicos. El múdejar. El arte mameluco, que, pese a su título, no trata de cierto arte contemporáneo. Un libro sobre los trabajos y los días de Mantegna en Padua y Mantua. ¡Otra edición de la obra de Clausewitz! Ya hay dos cajas en guerra. Otro libro sobre Mantegna. Y, al fondo del todo, el Diccionario de símbolos, de Cirlot.
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8 Comments:
qué buena colección... adoro los libros de Vírgenes, y adoro las vírgenes renacentistas.
Toda una enciclopedia.
Muchos y doctos libros juntos, querido y añorado Julio. Todos están atravesados por el hilo dorado de su lector, que eres tú, y que sabes transmitir tan emotivamente la sensación de placer y culpa, de recuerdo y promesa que experimentamos cuando abrimos las cajas de nuestros libros y desearíamos pasar meses y meses junto a ellas disfrutando, por una vez, del desquiciamiento de las mudanzas. Ojalá que la caja que añadas en tu próximo traslado esté hecha de títulos que te conforten y te enriquezcan aún más durante tu estancia en Tierra Santa.
Estas "cajas" prodigiosas, tienen algo del “donoso escrutinio”. Al revés, naturalmente, porque allí se arrojaban por manos ajenas y aquí los recogen las propias, allí se menospreciaban y aquí se nota lo mucho que han sido amados. ¡Siempre tuviste estampa quijotesca, viejo amigo!
Un abrazo y gran fortuna en esa lejanía nueva.
Es que son adorables, Rocío.
Pero de las pequeñitas, Anónimo.
Los tuyos, además de doctos, se nota que han sido bien leídos, mi también añorado Boscán. En los días de Cartago, ya sabes con cuánto interés examinaba los estantes de tu biblioteca y, después de comer en vuestra casa, ¡cuántas veces me he quedado leyendo algunos de ellos, con tus sabios subrayados, a la hora de la siesta!
No siempre. Tú que me conoces bien, mi querido Antonio, sabes que, cuando dejo de fumar, mi estampa se desliza hacia lo sanchopancesco.
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